En la ópera se
tendió a relajar, romper o mezclar entre sí, las formas establecidas en el
barroco o el clasicismo. Este proceso alcanzó su apogeo con las óperas
de Wagner, en las cuales
las arias, coros, recitativos y piezas de conjunto, son
difíciles de distinguir. Por el contrario, se busca un continuo fluir de la
música.
También ocurrieron otros
cambios. Los castrati desaparecieron y por tanto
los tenores adquirieron roles más heroicos, y los coros se tornaron
más importantes. A finales del período romántico, el verismo se
popularizó en Italia, retratando en la ópera escenas realistas, más que
históricas o mitológicas. En Francia la tendencia también se acogió, y quedaron
ejemplos populares como Carmen de Bizet.
Muchos compositores del
romanticismo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, escribieron
música nacionalista, que tenía alguna conexión particular con su país.
Esto se manifestó de varias maneras. Los temas de las óperas de Mijaíl Glinka, por ejemplo, son
específicamente rusos, mientras que Bedřich Smetana y Antonín Dvořák utilizaron ritmos
y temas de las danzas y canciones populares checas. A finales del siglo
XIX, Jean Sibelius escribió Kullervo, música basada en la
épica finlandesa (el Kalevala) y su pieza Finlandia se convirtió en un
símbolo del nacionalismo finés.